viernes, 3 de noviembre de 2023

ZENOBIA Y SU SIMILITUD DE CARÁCTER CON OTRAS MUJERES ABORÍGENES PALMERAS

 Estando ayer en la playa de Amadores, mi mujer y yo nos coloquemos en las cercanía de un restaurante de nombre Zenobia, que me sonaba de una mítica reina siria rebelde. Por ello, me ha parecido interesante llevar a este blog, de cómo Zenobia llegó a reinar en Palmira y llegó a crear un fabuloso Imperio en el siglo III (entre el 268 y 272), e incluso osar enfrentarse con el todopoderoso Imperio Romano que atravesaba de lleno una crisis, sucediéndose durante ese periodo, una serie de emperadores.

 




Palmira, situada en el desierto de la actual Siria, fue una importante y próspera ciudad con más de 10.000 habitantes según algunas fuentes (datos superiores a esa cifra me parece exagerados), vasalla de Roma desde el siglo I a. C. , aunque gozaba de bastante autonomía propia. El éxito de Palmira en su esplendor, se basó en el comercio, puesto que era un oasis de paso que se hallaba ubicada en un lugar estratégico de tránsito de las caravanas por la ruta de la Seda, conectando Oriente con Europa. La ciudad estaba flanqueada por dos imperios a sus puertas: Roma y Persia (o Imperio Sasánida).










Zenobia, según cuenta las crónicas, se casó muy joven con unos 14 ó 15 años. Fue la segunda mujer, entre el 255 al 267, del príncipe Septimio Odenato de Palmira, cual era muy leal a Roma. Zenobia se implicó con él en el gobierno de la región, ganándose muchos apoyos por sus acertadas decisiones políticas y carisma, puesto que al igual que Cleopatra, era muy culta y hablaba varios idiomas. En esos momentos era emperador Publio Valeriano (253-260), cual acabó siendo apresado por los Persa en el 260, traicionado por su prefecto, convirtiéndose en el primer emperador capturado. Fue torturado y obligado a tragar oro fundido y su piel sirvió de trofeo que era exhibida en el templo principal. La neutralidad que gozaba Palmira fue rota al declarar la guerra a los persas sasánidos, cuyo emperador Sapor I, comenzaba a expandirse tomando tierras romanas y Odenato demostró su habilidad guerrera recuperando vastos territorios a los persas y mostrando su lealtad al hijo de Valeriano, Publio Galieno (260-268), que había sido proclamado al igual que otro ursurpador al trono de Roma, Fulvio Quieto. Odenato atacó y asesinó a este aspirante a emperador consiguiendo con esta acción el favor de Galieno que lo nombra “Rey de Reyes”, así como a su heredero Hairán (Herodes), fruto del primer matrimonio.

Pero Odenato junto a su hijo fue asesinado en el año 267, dentro de las tan comunes en estos tiempos, intrigas palaciegas de luchas por el poder, se cree que por orden de su primo Meonio. Aunque de poco le sirvió porque tan pronto como fue coronado, fue asesinado.

La corona correspondía al hijo menor de Odenato y hijo de Zenobia, Lucius Septimio, conocido por Vabalato, pero debido a su corta edad, su madre, que tendría unos 25 años, actuó de regente.

Aprovechando que el Imperio Romano, en donde había un nuevo emperador, Claudio II El Gótico (268-270), pasaba por momentos de debilidad combatiendo a intermitentes tribus germánicas que cruzaban la frontera del Danubio, Zenobia, en este año del 268, declara su emancipación contratando un gran ejército de mercenarios basado en arqueros y caballería, gracias a las riquezas que habían generado y generaba su ciudad. Pronto comenzó su sed de territorios y conquistó toda Siria, Anatolia (que corresponde a Asia Menor), Palestina,  el Líbano y, en Egipto, en el 270, se proclamó su reina ordenando decapitar al prefecto romano y se comenzó a acuñar monedas con la imagen de su rostro. Esta última hazaña por la que empezó a conocerse por la “reina guerrera”,  fue la gota que rebosó el vaso de la paciencia del flamante emperador recién llegado, Lucio Aureliano (270-275),  puesto que Egipto, el granero de Oriente de Roma, era de vital importancia. La ambición de la reina guerrera continuó creciendo, capturando más plazas romanas importantes para el comercio en Medio Oriente. Aureliano, que era un veterano militar, pronto pacificó todas las fronteras de Roma con Europa así como su zona oriental. Y marchó hacia el norte de África y próximo Oriente, recuperando el territorio que había tomado Zenobia. La emperatriz no tuvo más opción que refugiarse en el año 272 tras las murallas de su capital Palmira. Aureliano la sitió dejándola sin suministros, hasta que finalmente, fue capturada junto a su hijo cuando trataban de huir viajando a camello hacia Persia. Fueron llevados a Roma para ser exhibidas públicamente en un desfile humillante arrastrada por cadenas de oro en el 274. El final que tuvieron, madre e hijo, no se sabe. Algunas fuente dicen que fueron perdonados por Aureliano y la dejó exiliarse con su hijo a Tibur (el actual Tívoli, una provincia de Roma situada al centro oeste de Italia), aunque creo que esta hipótesis es muy romántica y en mi opinión lo más probable es que acabara decapitada y su hijo vendido como esclavo, que es como solían actuar los romanos, sin benevolencia hacia sus enemigos castigando de manera ejemplar, para provocar el temor ante todo aquella provincia o estado que trate de sublevarse.

En la actualidad, debido a la guerra en Siria que comienza con las primavera árabes en el 2011 y la llegada del radicalismo del Estado Islámico (EI), en especial con su intensificación en el 2015-2016, se desconoce con exactitud el grado de destrucción de este patrimonio histórico, que es probablemente muy grave.



La hazaña de esta gran mujer me recuerda a las mujeres aborígenes de la isla de San Miguel de La Palma que, según describe el cronista religioso franciscano, Juan de Abreú Galindo, autor de la “Historia de la conquista de las siete islas de Canaria”, escrita probablemente hacia 1630, copiada a su vez de otro autor que dejó inacabada su obra a finales del siglo XIV, el historiador militar Gonzalo Argote de Molina, las mujeres benahoarita (auarita), presentaban batalla a igual que los hombres. El autor hace referencia -mezcla entre leyenda y realidad-, a dos de estas bravas guerreras semejantes a las vikingas: la hermana de los caudillos del cantón de Tigalate, Juguiro y Garehagua, llamada Arecida; así como la nativa Guayafanta, alta y de cuerpo atlético, cual pudo haber sido reina del cantón (o de un subcantón) de Aridane. Ambas se defendieron con gran pericia y arrojo de los embistes de muchos cristianos. Guayafanta cayó abatida por certeras lanzas arrojadas a sus piernas que consiguieron doblegarla y de esta manera brutal, capturarla. Ambas mujeres compartieron en común su rebeldía a pesar de quedar presas y, fue tal su resistencia, que sus captores determinan matarlas.

En el municipio de Puntalla, en una necrópolis en el Barranco del Espigón, se descubrió junto a otros doce, el cuerpo momificado de una mujer envuelta en piel de cabra, práctica que solo la llevaba a cabo los nativos entre sus personajes más destacados.

El cronista portugués Gomes Eanes de Zurara relata que hacia 1453-1456, entre la captura de mujeres benahoaritas había una mujer sobresaliente que era reina de un subcantón de Puntagorda, y que de ella nace el origen de la leyenda que da nombre al topónimo de Cruz de la Reina, en donde se cuenta que prefirió antes de caer prisionera de los conquistadores, despeñarse por el acantilado.

También existen las crónicas sobre una mujer peculiar de fuerte carácter y dotes de mando, de la que se dice había sido caudilla del territorio de Gazmira (El Paso), perteneciente al Cantón de Aridane. Se menciona como es trasladada a Gran Canaria y es bautizada con el nombre de Francisca de Gazmira, enviándola de regreso a La Palma, en 1492, como traductora de mediadora entre los cantones, y con la misión de ayudar a la evangelización de los suyos, pero allí se convierte en un verdadero quebradero de cabeza para el conquistador adelantado, el capitán Alonso Fernández de Lugo, interponiéndose ante la masiva venta de esclavos nativos y denunciándolo ante los Reyes Católicos, logrando el hito de que fallaron a su favor a finales de 1494, siendo obligado éste a liberar a unos 3.000 canarios que había vendidos y movilizados por Andalucía de forma ilegal, teniendo que volver a retornarlos. 


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