Bautizada como La Villa, ostentó la capitalidad de la isla desde la primera mitad del siglo XV, cual fue convertida en Villa Señorial primero por la dinastía Bethencourt (1418), continuando con la siguiente de los Herrera. Su sobrino Maciot, heredero del Señorío de Canarias la fundaría como tercera urbe colonial detrás de San Marcial de Rubicón (Al Sur de Lanzarote), y Bentacuria (en Fuerteventura). Con la posterior cesión del Señorío a los Herrera, fue centro cultural de la nobleza, hasta que hacia 1852, ocupó la capitalidad, Arrecife.
Situado al centro norte de la isla y con una superficie de 263km2 que va desde la costa este al oeste, es el más extenso municipio de Lanzarote, comprendiendo diversas localidades como Tahiche, Nazaret, etc. Así como las islas e islotes del Archipiélago Chinijo: La Graciosa, Alegranza, Roque del Este, Oeste, y Montaña Clara. Todos ellos deshabitados a excepción de la isla de La Graciosa; de la que sus casi 800 habitantes se halla dedicada principalmente al turismo y la pesca.
Del municipio destaca especialmente como zona turística su costa sureste que recibe el nombre de Costa Teguise. En la otra vertiente costera noroccidental se encuentra la Playa de Famara, en la que a su interior discurre una llanura arenosa conocida como El Jable. Su población en su conjunto tiene aproximadamente unos 22.122 habitantes, siendo el 2º municipio más poblado de Lanzarote.
La leyenda dice que el nombre otorgado de Teguise se debe al nombre de la princesa aborigen, hija del rey Guadarfía y la reina Aniagua (acogidos al cristianismo), y que fue nieta del rey Zonzamas y la reina Fayna. El Señor de Lanzarote, Maciot de Bethencourt, se enamoró de la joven y la convirtió en su esposa. En honor a su mujer, Maciot llamó a la Villa con su nombre. El matrimonio tuvo una hija a la que bautizaron con el nombre de Inés Margarita de Bethencourt.
Hacia los años 80 se inició una campaña de rehabilitación urbana declarando al casco de Teguise como Conjunto Histórico-Artístico, sobresaliendo la silueta de la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe ubicada en la Plaza de San Miguel, cual ha sido muchas veces saqueada e incendiada y otras tanta reconstruida. El enclave se halla rodeado de un enmarque de casas coloniales de la época, como el Palacio Spínola, la Casa Torres, o la de Herrera y Rojas.
De interés cultural son la ermita de San Rafael, el Jable, y los antiguos hornos de cal. El municipio ofrece el llamado Museo del Emigrante, cual fuera en antaño el Castillo de Santa Bárbara. Construida la fortaleza defensiva aprovechando su emplazamiento geográfico central como resguardo en la Montaña de Guanapay, sirviendo de atalaya de vigilancia al abarcar casi una completa visión de toda la costa de la isla. Aunque aún así la isla sufrió el continuo asedio de incursiones piratas y de corsarios. Entre los más importantes fue el perpetrado en 1586 por el corsario otomano Morato Arráez, que aprendió el oficio del mismísimo Barbarroja, siendo uno de los ataques más horribles de cuantos ha padecido la isla, obligando a buena parte de la población a refugiarse en la Cueva de los Verdes huyendo de la masacre. Llegó a correr tanto la sangre en una de sus calles que hasta hoy la conocemos por “Callejón de la Sangre”, a modo de memoria de recordatorio del trágico suceso.
Añadir además que antes de Boom turístico, la principal actividad económica del municipio hacia el siglo XIX fue el cultivo de la cochinilla, insecto parásito de la tunera o ‘chumbera’, del que se extrae un tinte de color carmín que sirve a la fabricación costurera.
Entre sus tradiciones es muy popular el Carnaval de Teguise, con la Danza de los Diabletes celebrada hacia el 1 de Marzo a partir de las 4 de la tarde. Con más de 500 años de antigüedad se remonta a principios del siglo XV, hacia 1402, gracias a los monjes franciscanos. Cuales se proponen solapar otros festejos paganos que se celebraban entre la Navidad y Reyes, sobre todo el 31. Ya que en esas fechas tienen lugar los bailes de brujas y diablos. Son fiestas en honor del Dios Baco (Dios griego del éxtasis, la locura, el vino, asociado a los sátiros), de la diversión desatada. La Iglesia se encarga de aprovecharse de estos rituales paganos y los cristianiza. En su lucha por vencer a las tinieblas, logra que aquellos festejos desaparezcan y promover estos para además conseguir que los aborígenes, -los mahos-, acepten la nueva religión. Al principio sólo se danzaba en las fiestas del Corpus, representando el mal frente al bien. Así, los pastores que años atrás habían participado en esa danza ancestral de brujas y demonios deben ahora bailar en la fiesta del Corpus vestidos de Diabletes, como estandarte del pecado, el mal frente al bien. Pero con el tiempo se enriquecen con una mezcla de creencias aborígenes con elementos castellanos y conexiones brujeriles, cuando llegaron a Canarias los primeros esclavos moriscos y negros con sus prácticas supersticiosas. Precisamente son los señores adinerados los que se encargan de costear los trajes y de ceder a sus esclavos negros para que se encarguen de tocar el tambor. Llega a tal extremo su fama que con motivo del nacimiento de Felipe II en el siglo XVI se invita a estos danzantes a que salgan a la calle a festejarlo con el pueblo. Acompañados de una comitiva a tambor, estos corrían con sus vestimentas de demonios encarnando al macho cabrío- vestidos de piel de cabra y cabeza de ternero-, asustando y golpeando al público a su paso.
Entre sus tradiciones es muy popular el Carnaval de Teguise, con la Danza de los Diabletes celebrada hacia el 1 de Marzo a partir de las 4 de la tarde. Con más de 500 años de antigüedad se remonta a principios del siglo XV, hacia 1402, gracias a los monjes franciscanos. Cuales se proponen solapar otros festejos paganos que se celebraban entre la Navidad y Reyes, sobre todo el 31. Ya que en esas fechas tienen lugar los bailes de brujas y diablos. Son fiestas en honor del Dios Baco (Dios griego del éxtasis, la locura, el vino, asociado a los sátiros), de la diversión desatada. La Iglesia se encarga de aprovecharse de estos rituales paganos y los cristianiza. En su lucha por vencer a las tinieblas, logra que aquellos festejos desaparezcan y promover estos para además conseguir que los aborígenes, -los mahos-, acepten la nueva religión. Al principio sólo se danzaba en las fiestas del Corpus, representando el mal frente al bien. Así, los pastores que años atrás habían participado en esa danza ancestral de brujas y demonios deben ahora bailar en la fiesta del Corpus vestidos de Diabletes, como estandarte del pecado, el mal frente al bien. Pero con el tiempo se enriquecen con una mezcla de creencias aborígenes con elementos castellanos y conexiones brujeriles, cuando llegaron a Canarias los primeros esclavos moriscos y negros con sus prácticas supersticiosas. Precisamente son los señores adinerados los que se encargan de costear los trajes y de ceder a sus esclavos negros para que se encarguen de tocar el tambor. Llega a tal extremo su fama que con motivo del nacimiento de Felipe II en el siglo XVI se invita a estos danzantes a que salgan a la calle a festejarlo con el pueblo. Acompañados de una comitiva a tambor, estos corrían con sus vestimentas de demonios encarnando al macho cabrío- vestidos de piel de cabra y cabeza de ternero-, asustando y golpeando al público a su paso.
El diablete encarnado en el macho cabrío, es símbolo de virilidad y fecundidad. Su origen hay que buscarlo en las danzas de los antiguos mahos, que danzaban para celebrar la buena cosecha o por época de recolección. Y nada mejor que hacerlo disfrazado con lo que tienen, la piel de cabra, que les cubre la cabeza y por la espalda casi les roza el suelo. A este rito se le suma la influencia castellana y las costumbres y la devoción por los dioses que llega desde África con los esclavos, que se encargan de tocar el tambor en las procesiones. De hecho desde tiempo inmemorable a los diabletes se los llaman Elegúa, un Dios de los Orissa, de la tribu de los Yoruba, que se ha mantenido en el tiempo y la tradición.
Hacia 1870 la Iglesia decide prohibir la danza del bien y el mal, en la procesión del Corpus, lo que la hace trasladar sus bailes a las fiestas del Carnaval, y en esta época surgió el llamado ‘zurrón’ para golpear al público asistente a su paso. El cambio más importante lo experimentó su vestuario, sobre todo la máscara del inicial de una careta de macho cabrío, por una careta en forma de buey o toro, hechas en barro, con sus cuernos y lengua pintada en rojo, como el fuego que sale de las entrañas del demonio (que según parece fue la idea exportada de una celebración tradicional de Uruguay). También se producen variaciones en el traje, dejando de ser de piel de cabra sustituyéndose por lona o muselina sobre el que se pintan rombos rojos y negros. Los esquilones que rodeaban el cuerpo del diablete y que se encargaban de hacer los herreros para hacer ese ruido tan característico, se sustituye por cascabeles sonando a su paso.
La Danza de los Diabletes también tiene su tradición en Cuenca (Castilla-La Mancha), y en las localidades canarias de Tijarafe (La Palma), El Tanque, Icod y Buenavista (Todos en Tenerife), además hay que sumar a los Diabletes Chinijos; niños que emulan a los mayores y cuales se divierten golpeando al viandante. Aunque este tipo de celebraciones de orígenes ancestrales están muy repartidas por Europa, de hecho entre España y Portugal se estiman que existen entre 300 y 400 manifestaciones de parecidas características paganas y satíricas, con raíces también de las fiestas carnavaleras.
También hay que sumar otras fiestas importantes como la del 16 de Julio en honor a Nuestra Señora del Carmen acompañado del festival folklórico Acatife con la celebración de conciertos, lucha canaria, procesiones, ofrendas a la virgen, etc. Con la festividad de la procesión marinera partiendo desde la Isla de la Graciosa ofreciendo desde sus barcos presentes a la Virgen. Destacar también la fiesta del Día de la Cruz que se celebra el 3 de Mayo en donde las cruces del casco histórico de Teguise se cubren de flores en homenaje.
La bandera del municipio de la Villa de Teguise se halla dividida horizontalmente en dos franjas iguales: Verde la superior, y blanca la inferior, representando a los colores paisajísticos de la isla.
Su escudo bajo la Corona Real se halla cortado en dos mitades azules: La 1ª superior porta la silueta en perspectiva de la ciudad, con la Corona Real encima, en referencia a la que fuera capital de la isla. Debajo los dibujos de ondas de plata simulando al mar con cuatro rocas en oro, puestas tres en uno, en alusión al Archipiélago Chinijo.